7.3.21

Amo a las hormigas

En 1997 descubrí que mi vocación verdadera era la mirmecología, o sea, el estudio de las hormigas. La revelación me llegó un poco tarde (no son demasiado rápidas mis musas), porque para ese entonces ya tenía casi una década dedicado al estudio y goce de la literatura, así que me he ido conformando con leer lo que hacen los demás. Y eso que cuando estábamos chiquitos, mis hermanos y yo teníamos un club, el Club de Fisgones, cuya única prueba para entrar en él era aguantar descalzo sobre alguno de los hormigueros enormes que había en el patio de la casa adonde nos acabábamos de mudar. Yo nunca resistía demasiado, porque las hormigas eran rojas, microscópicas y picaban durísimo.
Ya grande (ya viejo), el libro que me sirvió de revelación en este camino a Damasco de tercera clase fue Viaje a las hormigas, de Bert Hölldobler y Edward Wilson, dos que sí habían podido cumplir su sueño de pasar la vida agachados jurungando a estos diminutos, feroces y eficientes seres. Según sus propias palabras, las hormigas son tan peleonas y territoriales que si tuvieran bombas atómicas, el mundo duraría una semana. En todo caso, las pequeñas hormigas que, sumadas todas -son como un trillón-, pesan lo mismo que todos los mamíferos, han sido, junto con los gatos, uno de mis animales preferidos. Sólo que ellas están mucho más distribuidas por el mundo, y casi no hay lugar de la tierra donde uno no se tropiece con sus mandíbulas levantadas y dispuestas a hacer trizas la cabeza del que revire.
Otra mirmecóloga célebre, Charlotte Sleigh, difiere y refuta la fama de peleonas que sus colegas les han endilgado, y en Ant rompe una lanza a su favor: las hormigas no andan buscando matarse con las vecinas, su finalidad más importante es la de buscar comida, porque son trabajadoras y grupales. Solo que se atraviesan otras y luego pasa lo que pasa. Es interesantísimo leer esta teoría feminista de la mirmecología que, combinada con las propuestas de sus colegas, quizá se acerque más a la verdad. Lo que no he descubierto todavía es cuál es el papel que juegan los bachacos, esos culones de grandes mandíbulas cuya mordida no duele pero que son capaces de levantar una hoja del tamaño -para ellos- de un edificio.
A veces la vocación es un llamado que se puede ignorar -y seguir tan campantes. Las hormigas lo perdonan todo. Por algo Buñuel las metió en el cásting.

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