21.3.21

La Biblioteca, la luz del mundo

Ptolomeo “secuestró” el cadáver de Alejandro e hizo que lo trasladaran a lo que iba a ser su nuevo reino: Egipto. Las luchas entre los generales del rey macedonio duraron varios años; cada uno se quedó con un trozo del imperio que él, con su espada y a lomos de Bucéfalo, había construido, siempre con la idea de mezclarlo y hacerlo funcionar bajo un solo mando, el suyo. Para eso era el hijo del dios, para eso había sido enviado a la tierra. A Ptolomeo le tocó Egipto y fue el único de todos los generales que murió pacíficamente en su cama y que creó un imperio que le sobreviviría varios siglos más, hasta que Cleopatra, la última de la dinastía tolemaica, dejara que el veneno de un áspid la hiciera sucumbir, antes de que lo hiciera el veneno de Roma, en el siglo I a.C. Parecía lógico que el cadáver de Alejandro reposara en la ciudad que fundara con tanto afecto, la ciudad que había descubierto gracias a los versos de Homero. En cualquier caso, la presencia de su cadáver le dio a la ciudad la relevancia que necesitaba. Ya contaba Ptolomeo con las riquezas legendarias que el Nilo ofrecía cada año, contaba con la sólida cimentación que una civilización de tres mil años le daba: ahora él debía conformar su propio universo histórico. Y con esta idea, la dinastía tolemaica creó para el mundo el monumento de conocimiento más importante de la Antigüedad: la Biblioteca. De allí emanaría la influencia cultural que marcaría la pauta durante varios siglos. El legado de Alejandro no había sido derribar el imperio persa, ni vengar las ofensas sufridas por los griegos, ni siquiera llegar hasta el confín del mundo conocido: fue, sobre todo, abrir la posibilidad para que existiera una ciudad como Alejandría, que ha sido siempre crisol de costumbres y culturas. La Biblioteca no era como las bibliotecas que podemos imaginar. No tenía sala de lectura, ni poseía libros como los que conocemos, y su edificio no fue una construcción tan monumental como el edificio que, en nuestros días, se levanta en la moderna Alejandría como homenaje a la famosa institución de los tolomeos. La primera biblioteca de Alejandría era un recinto pequeño donde se guardaban, copiaban y estudiaban textos asentados en pergaminos y papiros, enrollados y clasificados en cestas que los contenían. Allí se cuajó y divulgó mucho del conocimiento que ahora poseemos. Al lado de la Biblioteca hay que mencionar al Museo, el lugar donde los artistas, pensadores y filósofos vivieron a expensas de los Tolomeos. Su única obligación era la de pensar, hablar y escribir. No tenían que enseñar, pero algunos llegaron a tener discípulos. Debían tener cuidado, eso sí, de no caer en desgracia con sus benefactores. De seguro, los residentes del Museo fueron los principales usuarios de la Biblioteca. De hecho, su nacimiento debió de ser simultáneo, para que los habitantes de este tuvieran material donde consultar. Como en esa época no era necesaria una sala de lectura, pues no se solía leer sentado –este hábito fue adquirido en la Edad Media– sino paseando por los pasillos y en voz alta, lo más seguro habrá sido que los rollos fueron llegando y a medida que aumentaba su cantidad se acondicionaron lugares para conservarlos de la humedad y el sol. Con el correr de los años, la colección de textos fue creciendo y en el siglo I a.C. ya era famosa en todo el mundo. Lo más curioso de todo es que las razones que llevaron a los Tolomeos a crear y sostener instituciones culturales como la Biblioteca y el Museo, fueron las mismas que tuvo Filipo de Macedonia para celebrar la victoria de sus caballos en los juegos Olímpicos: quería que se le reconociese como helénico. La ciudad que fundó su hijo, mitad epirota, mitad macedonio, y en realidad bárbaro a los ojos de los griegos, generó una dinastía que durante trescientos años alentó la discusión filosófica y el debate literario con la única finalidad de ser una ciudad más del mundo griego. Y tanto se empeñaron, que convirtieron a Alejandría en el punto desde donde alumbraba el faro por la noches a los barcos que vagaban sin rumbo, y el lugar privilegiado desde donde se exportó toda la civilización helenística, la última manifestación que los griegos dieron al mundo, antes de que tomaran el relevo los romanos.
(Alejandro Magno, el vivo anhelo de conocer, Bogotá, Norma, 2004).


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19.3.21

El blog de Baudelaire

También Charles Baudelaire llevó un diario. Caótico, violento, intenso, como él. A sus anotaciones las llamó Fusée, que significa literalmente cohete en español. Su uso metafórico -pensamiento formulado de manera tajante y sintética- aunque se puede hallar entre los hablantes franceses, no aparece consignado en los diccionarios. Sugerido por Poe o por el simple empleo de la lengua francesa, los cohetes de Baudelaire son simples máximas, aforismos o, incluso, esbozos de posibles pequeños ensayos, comentan Javier del Prado y José A. Millán Alba, responsables de la edición de la colección BLU (Biblioteca de Literatura Universal), a la que me he aficionado por sus títulos bilingües que tanto placer dan, a pesar de algunos gazapos de edición, comprensibles, por demás. La Ilíada, la Odisea y el Orlando Furioso se hallan también entre los textos editados.
No hay que olvidar que el epistolar (diarios, cartas, misceláneas, etc.) es un género muy antiguo que ha admitido todo tipo de usos, como corresponde a un género que se precie. Wittgenstein lo usó en la Primera Guerra Mundial para hablar de sus amores platónicos con los soldados y para anotar a la inversa el Tractatus famoso; Leonardo, también a la inversa, para dejar constancia de sus abundantes descubrimientos; y Anaïs Nin para drenar el enorme caudal literario que la enloquecía. El poeta editor de Poe en francés y admirador de Madame Bovary, usó el diario para escupir sus pensamientos más feroces.
Qué loco, el Baudelaire.

Cohetes
Aunque Dios no existiera, la Religión seguiría siendo Santa y Divina.
Dios es el único ser que, para reinar, no necesita ni siquiera existir.
Lo que ha sido creado por el espíritu está más vivo que la materia.
El amor es el deleite que sentimos por la prostitución. No existe ningún placer noble que no pueda ser explicado partiendo de la prostitución.

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17.3.21

Mi Einstein

Debía de ser 1977 o 1978 cuando me senté en el escritorio de la habitación de los varones (es decir, el cuarto donde dormíamos mis dos hermanos y yo) a hacer este dibujo en un taco de hojitas que usaba para poner notas. No sé cuánto tardé, pero estoy seguro de dos cosas: que estaba escuchando a Supertramp y que fui copiándolo de una caricatura que, si mal no recuerdo, Abilio Padrón había publicado en la revista Reto, que era una publicación científica para estudiantes de bachillerato del Conicit y a la cual estaba suscrito. No sé si existe aún. Siempre las revistas estaban ilustradas por Abilio, y sus retratos de científicos (alguien debería de hacer un volumen con esos retratos o una colección de biografías que tengan estas maravillosas ilustraciones de portada) mi hermano mayor, que siempre tuvo esa inclinación por la ciencia, los iba colocando en la pared del cuarto. A lo máximo a lo que llegué yo fue a copiar la cara de abuelo bonachón de Albert Einstein; y por los azares que uno procura que se den he conservado este dibujito y décadas después sigue conmigo. La fortuna me permitió escribir una biografía para jóvenes de este científico tan contradictorio, Albert Einstein, cartas probables para Hann, y a mí no se me ocurrió otra cosa más útil que usurpar su voz, escribiendo cartas inventadas a partir de su vida y sus verdaderas cartas. Yo gocé un puyero y al parecer no es una idea del todo mala, pues en México compraron el libro para las escuelas, y no sé si se seguirá leyendo.

Y es curioso que haya sido México el país interesado, porque mi inspiración primaria para hacer estas cartas probables para Hann (al lector curioso le digo que Hann no existe, es un sobrenombre que uso para mi hermano científico) fue precisamente el libro de una escritora mexicana, Elena Poniatowska, que tiene su precioso y muy duro Querido Diego, te abraza Quiela. La idea todavía me ronda la cabeza, porque ahora sé más cosas de Einstein, y me pican las manos por volver a usurpar su voz (espero no sea ilegal...). Ahora en la madrugada este dibujito me trae gratos recuerdos y, como no quiero hablar de política ni de lo que leo en este momento ni ná, lo pongo aquí, aunque ya ha aparecido en otras ocasiones, pero me da iguá. Es que como es un dibujo de cuando era así de chiquito y lleno de papelillo, pues pasa lo que pasa.