27.1.21

Libros en depósito

Reviso un antiguo cuaderno que se vino conmigo de Venezuela. Me gusta de vez en cuando volver a los cuadernos que siempre compro pero que casi nunca lleno; los dejo con páginas en blanco, porque me aburro o porque no me gusta escribir a mano, o porque hace muchos años ya que escribo con computadora, y no me gusta transcribir. Pero los guardo; los conservo porque siempre hay algo allí anotado que me podrá interesar dentro de varios años.

Me encuentro en este cuaderno en particular, comprado en Caracas en 1997 y cuya portada es un toro alado, con una lista de libros en depósito que hicimos mi amigo querido Diego Casasnovas y yo, seguramente mientras recogía mis cosas del apartamento donde vivía, en la esquina de Colimodio, antes de viajar a España. Ya que no me los iba a poder llevar, alguien debía disfrutarlos, y cuidarlos. Diego hizo una selección de quince títulos y yo anoté, con la seguridad de que nos veríamos siempre, a lo largo de nuestras vidas. Nos volvimos a ver, cómo no, cuando cuatro años después regresé a Caracas, y cuando volví un par de veces más, y creo que nunca hablamos de los libros que me guardaba en depósito, pues había tantas cosas que contarnos que eso podía esperar. En todo caso, ya habría tiempo, cuando regresara definitivamente a Caracas, para recuperarlos.

Ninguna de las dos cosas ocurrió. Ni yo he vuelto a Caracas -¿viviré de nuevo allí, otra vez, algún día?-, y los libros estarán, ahora para siempre, en depósito. Diego se fue hace casi dieciocho años, y seguro que me estará esperando allí donde estaremos definitivamente con los quince libros que se llevó prestados; Cioran, Forster, Murphy, Sófocles, Kerouac, Plath, Epicuro... autores que dan ganas de leer de inmediato. Mi tranquilidad es que Diego los cuida, los lee, los subraya para comentar esos pasajes conmigo, cuando volvamos a vernos, para reírnos de tantas tonterías. Es bueno hacer listas de libros. Son como la fotografía de nuestros pensamientos, de los pensamientos de una época en particular que también se define por la manera como mirábamos el mundo.

Que solo puede verse, como todo el mundo sabe, a través de las palabras.
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