19.3.21

El blog de Baudelaire

También Charles Baudelaire llevó un diario. Caótico, violento, intenso, como él. A sus anotaciones las llamó Fusée, que significa literalmente cohete en español. Su uso metafórico -pensamiento formulado de manera tajante y sintética- aunque se puede hallar entre los hablantes franceses, no aparece consignado en los diccionarios. Sugerido por Poe o por el simple empleo de la lengua francesa, los cohetes de Baudelaire son simples máximas, aforismos o, incluso, esbozos de posibles pequeños ensayos, comentan Javier del Prado y José A. Millán Alba, responsables de la edición de la colección BLU (Biblioteca de Literatura Universal), a la que me he aficionado por sus títulos bilingües que tanto placer dan, a pesar de algunos gazapos de edición, comprensibles, por demás. La Ilíada, la Odisea y el Orlando Furioso se hallan también entre los textos editados.
No hay que olvidar que el epistolar (diarios, cartas, misceláneas, etc.) es un género muy antiguo que ha admitido todo tipo de usos, como corresponde a un género que se precie. Wittgenstein lo usó en la Primera Guerra Mundial para hablar de sus amores platónicos con los soldados y para anotar a la inversa el Tractatus famoso; Leonardo, también a la inversa, para dejar constancia de sus abundantes descubrimientos; y Anaïs Nin para drenar el enorme caudal literario que la enloquecía. El poeta editor de Poe en francés y admirador de Madame Bovary, usó el diario para escupir sus pensamientos más feroces.
Qué loco, el Baudelaire.

Cohetes
Aunque Dios no existiera, la Religión seguiría siendo Santa y Divina.
Dios es el único ser que, para reinar, no necesita ni siquiera existir.
Lo que ha sido creado por el espíritu está más vivo que la materia.
El amor es el deleite que sentimos por la prostitución. No existe ningún placer noble que no pueda ser explicado partiendo de la prostitución.

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17.3.21

Mi Einstein

Debía de ser 1977 o 1978 cuando me senté en el escritorio de la habitación de los varones (es decir, el cuarto donde dormíamos mis dos hermanos y yo) a hacer este dibujo en un taco de hojitas que usaba para poner notas. No sé cuánto tardé, pero estoy seguro de dos cosas: que estaba escuchando a Supertramp y que fui copiándolo de una caricatura que, si mal no recuerdo, Abilio Padrón había publicado en la revista Reto, que era una publicación científica para estudiantes de bachillerato del Conicit y a la cual estaba suscrito. No sé si existe aún. Siempre las revistas estaban ilustradas por Abilio, y sus retratos de científicos (alguien debería de hacer un volumen con esos retratos o una colección de biografías que tengan estas maravillosas ilustraciones de portada) mi hermano mayor, que siempre tuvo esa inclinación por la ciencia, los iba colocando en la pared del cuarto. A lo máximo a lo que llegué yo fue a copiar la cara de abuelo bonachón de Albert Einstein; y por los azares que uno procura que se den he conservado este dibujito y décadas después sigue conmigo. La fortuna me permitió escribir una biografía para jóvenes de este científico tan contradictorio, Albert Einstein, cartas probables para Hann, y a mí no se me ocurrió otra cosa más útil que usurpar su voz, escribiendo cartas inventadas a partir de su vida y sus verdaderas cartas. Yo gocé un puyero y al parecer no es una idea del todo mala, pues en México compraron el libro para las escuelas, y no sé si se seguirá leyendo.

Y es curioso que haya sido México el país interesado, porque mi inspiración primaria para hacer estas cartas probables para Hann (al lector curioso le digo que Hann no existe, es un sobrenombre que uso para mi hermano científico) fue precisamente el libro de una escritora mexicana, Elena Poniatowska, que tiene su precioso y muy duro Querido Diego, te abraza Quiela. La idea todavía me ronda la cabeza, porque ahora sé más cosas de Einstein, y me pican las manos por volver a usurpar su voz (espero no sea ilegal...). Ahora en la madrugada este dibujito me trae gratos recuerdos y, como no quiero hablar de política ni de lo que leo en este momento ni ná, lo pongo aquí, aunque ya ha aparecido en otras ocasiones, pero me da iguá. Es que como es un dibujo de cuando era así de chiquito y lleno de papelillo, pues pasa lo que pasa.

14.3.21

El pupitre y el culto a la mediocridad

Estoy convencido de que uno de los instrumentos más efectivos para adormecer la capacidad de raciocinio en la escuela es el pupitre. Quizá es una estrategia para otra cosa, para propiciar la disciplina, pero en una persona tan reacia a las órdenes como yo, esa obligación tendía a adormecerme. En realidad, me refiero a la ecuación pupitre/frente a la/pizarra. Desde muy pequeños, desde primer grado, somos obligados a sentarnos (mejor, a encajarnos) en ese incómodo asiento y a mirar durante cinco, seis horas hacia delante (con breves pausas llamadas, significativamente, recreos); nos enseñan desde párvulos a mirar hacia la pizarra, allí donde una persona se dedica a atiborrarnos de información muchas veces sin ninguna gracia ni talento oratorio. A este ejercicio le llaman cumplir los objetivos.

Y, claro, como estamos en una edad inquieta, nos revolvemos en ese pequeño potro de tortura, lo rayamos, le pegamos chicles por debajo, nos balanceamos en él, nos jurungamos unos a otros, nos tiramos papelitos: finalmente, él es más poderoso que nosotros y terminamos dominados.

Esto lo puede constatar un observador externo a las nueve de la mañana si se pasea tranquilamente por los pasillos que dan a los salones de cualquier escuela: reina un silencio pupitral: todos los alumnos están encajados en sus maquinitas de embrutecer, mirando hacia el frente, tratando de captar algo de lo que se dice por allá, en las alturas de la pizarra. No me extraña que haya tantos niños con los llamados problemas de atención, porque lo que se requiere de nosotros no es capacidad de atención sino ascensión al nirvana. Ni un gato está más quieto cuando va a cazar un pájaro, ni un león está tan inmóvil cuando va detrás del ñu.

Como todo padre y maestro saben, un niño es una fuente de energía que no se acaba nunca, y bien estimulado puede llegar a cotas inimaginables; un niño es un ser humano absorbiendo el mundo en la etapa que le corresponde (la curiosidad de ese niño, no su ñoñería, es lo que debería de permanecer en nosotros cuando adultos, pero este es otro tema). Darle cauce provechoso a toda esa energía y capacidad de absorción no significa llenar su camino de prohibiciones sin fin, pero tampoco la idiotez esa que ha estado de moda durante tanto tiempo, esto es, la de dejar que sea él mismo quien decida por dónde sí y por dónde no, sin un plan, sin un objetivo, sin una finalidad: como los ríos que son, si usted deja que un niño decida su propia educación, se derramará por todos lados y optará —es un ser humano, cómo no— por la ley del menor esfuerzo y en nada se convertirá en un individuo perezoso, dependiente y malcriado: es decir, lo que millones de personas son hoy en día. Claro que es lo de siempre: ni tan calvo ni con dos pelucas, aunque Amadeus deseara tener tres cabezas para llevarlas todas.

Estoy seguro de que si la educación prescindiera de esa puesta en escena a la hora de enseñar, si optara por una nueva relación con el conocimiento —quizá la que Aristóteles probó con el joven Alejandro y sus compañeros en el santuario de Mieza, una que no molestaría para nada a Simón Rodríguez ni a Bertrand Russell— sería más fácil hacer que todos cojan el gusto por el asunto más pronto. No se trata de un canto a la indisciplina; se trata de traer la educación a nuestro tiempo; porque, ¿alguien se ha dado cuenta de que esto de los pupitres ya lo usaban en Salamanca cuando fray Luis de León daba clase allí? En muchos aspectos, la educación que recibimos sigue siendo de corte medieval, llena de ideas preconcebidas que van más allá de la simple enseñanza de la regla de tres o de las características de la mitosis: nos educan para que tengamos una determinada visión del mundo, para que, por igual, rechacemos o adoremos (que es lo mismo) lo tortuoso, no el saber.

No hay nada que incentive más el embrutecimiento del espíritu que la rigidez del que enseña más interesado en establecer una jerarquía que en compartir gozoso un conocimiento. En una sociedad de borregos importa más la vanidad del maestro que la lumbre de la verdad. Por eso quizá he sentido siempre lo acertado de la siguiente frase, que leí en un poeta alemán cuyo nombre he olvidado, y en la que se puede sustituir la palabra universidad por centros de enseñanza: la universidad es el lugar donde la mediocridad rinde culto al genio. Y el pupitre es su reclinatorio, agrego yo.


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