17.2.21

Un animal protesta

Cuando los dioses crearon el mundo, todos los animales los aclamaron.
Sólo uno protestó:
— Putos dioses —dijo.
Pero los dioses no le hicieron caso y siguieron con la creación.
—¡Putos dioses! —dijo rojo de ira.
Entonces los dioses, aburridos de sus lamentos, dejaron lo que estaban haciendo y lo encararon:
—¿Por qué te quejas?
—¡Putos, putos! —decía el animal.
Y los dioses no entendían.
—¡Putos! ¡Putísimos dioses! —siguió gritando el animal rojo, azul de la ira, mientras se escondía en su refugio verde y seguía durmiendo, los ojos abiertos, el pijama puesto.

14.2.21

Los escritores que escriben sobre ellos mismos

El otro día almorzaba con un amigo escritor y salió el tema de los escritores que escriben sobre ellos mismos y sobre su oficio, esa (aburridísima ya) tautología de la literatura contemporánea. Uno de los argumentos en contra de esta modalidad es que actualmente la vida de los escritores es menos excitante que la de un gato casero -y que no se ofenda mi gato, Siro, ese aventurero retirado-, y por eso resulta profundamente aburrido leer sus libros. No como cuando lees los diarios de Francisco de Miranda, que no paró nunca, o cuando lees la Vida de Alejandro, escrita por Plutarco (o la de Arriano, que es hermosa muestra de cómo un escritor se funde con lo que escribe). Pero para qué contar la vida de un escritor actual que da clases de literatura, o de escritura, publica libros, artículos, pelea con -o adula a- editores, va a congresos y conferencias con otros escritores, no a hablar de literatura sino del faranduleo editorial o, a lo sumo, a hablar de sus propios libros... ¿y a mí qué carrizo me importa la vida privada de estos escritores, si encima es más aburrida que la de las hermanas Brönte? Quizá sea hora de que algunos escritores dejen de pensar que a los lectores nos interesan sus vidas, sus "inquietudes" literarias y sus reflexiones acerca de la escritura, y nos empiecen a contar historias interesantes. Que investiguen, que lean, que olfateen el mundo que está lleno de cosas interesantes. Que dejen la flojera y abandonen el nido donde con tanto cobijo escriben sobre ellos mismos, algunos con la excusa espuria de que es de lo único que saben y pueden escribir. Además de flojos, ¡egocéntricos! Los escritores que están todo el tiempo demostrando lo técnicamente buenos que son y cuánto han leído, y con cuánto provecho, me recuerdan a un deportista, digamos, un futbolista, que sepa mucho de técnica y pueda mantener en el aire un balón durante horas, pero que nunca juegue un partido ni meta o pare goles, que para eso ha aprendido todos esos truquitos que se sabe. A ver, escritor, ya sabemos que sabes escribir y que has leído un montón de libros de los que has sacado un provecho inédito; ya sabemos que tus reflexiones son profundas como la laguna estigia; ya sabemos que tu sensibilidad es única; ahora juega un partido y mete aunque se aun golito solitario, cuéntame algo interesante que me mantenga pegado al libro, estudia tu lengua y hazte consciente de ella, investiga un poco el mundo que te rodea y sácale partido al don que has recibido, ¿no te parece?
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12.2.21

Dos monstruos que conversan

Cuando terminé de leer estas cartas sentí mucha pena, porque quise más; me refiero a las que se cruzaron Thomas Mann y Theodor Adorno en poco más de una década. Mann, mientras escribía Doktor Faustus (ese monumento), leyó un artículo de Adorno sobre Schoenberg y dijo, "este es mi hombre" (o fue lo que escribió en su diario), pues lo necesitaba para que lo ayudara a perfilar la personalidad y la obra del protagonista de la novela, Adrian Leverkühn, el músico. A partir de allí desarrollaron una amistad epistolar entrañable y poderosa. Leer sus cartas es como entrometerse en la conversación de dos monstruos del pensamiento, como presenciar cómo nacen las montañas de la razón humana. Es un libro para el que quiera aprender, porque es como hacer un máster en sabiduría con dos profesores de excepción. Qué pena que se acaba tan pronto. Además la edición viene con montones de notas que aclaran muchos detalles y que enriquecen la lectura. Yo he subrayado muchos pasajes; me he entretenido enterándome de las peleas de Mann con Schoenberg, he compartido la sensación de exilio que arrastra Adorno, y he vuelto a subrayar líneas, frases, he buscado datos, me he guardado fragmentos para mí, porque me provocan las ganas de escribir. En fin, que me la he pasado en grande leyendo el libro, a pesar de que es breve, de que lo he leído con celosa lentitud -no me quería perder nada- y de que salto de un libro a otro sin ton ni son. Qué bueno toparse con libros así, luminosos, iluminadores. Les dejo esta frase de Mann, del 52, tan cerca del final de su vida:
Pero, ¿es imaginable el comunismo sin tiranía?
No sé a ustedes, pero a mí esta frase me parece aguda como una sarisa; ¡si el pobre Mann levantara la cabeza!

Correspondencia. 1943-1955
Thomas Mann y Theodor W. Adorno
Edición a cargo de Christoph Gödde y Thomas Sprecher con la participación del Archivo Theodor W. Adorno Traducción de Nicolás Gelormini.
Fondo de Cultura Económica, 2006
184p.|ISBN:9505576420|15 euros|