31.1.21

De las infinitas hogueras y sus mundos

Io tengo un infinito universo, cioè effetto della infinita divina potentia, perchè io stimavo cosa indegna della divina bontà e potentia, che, possendo produr oltra questo mondo un altro et altri infiniti, producesse un mondo finito

Este es Giordano Bruno; este es el rechazado por católicos, por protestantes; este es Giordano Bruno. Este es Giordano, el que imaginaba planetas y planetas infinitos llenos de vida para gloria del Señor. Este es Giordano Bruno, que esparció por el mundo las herejías copernicanas y sus propias herejías. Bruno, que concibió los átomos, las mónadas, los organismos unicelulares, este es Giordano, nacido Filippo hasta que la Santa Madre Iglesia en su congregación dominicana le diera el nombre de Giordano, que tanto fango recibió. Durante su vida, vivió sin piedad; su muerte, pues, por el fuego, el 17 de febrero de 1600 fue un acto de justicia. Ardió en el Campo de la Flores de Roma para gloria del Excelso, y fue una candente flor más entre las flores de la Creación y de la plaza que, los miércoles, es un mercado. La venganza de Dios ha sido extraordinaria.
Giordano Bruno, quemado en la hoguera por hereje y, lo que es peor, por contumaz. Quién lo manda.
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29.1.21

Escritor, apártate que no me dejas leer

He estado leyendo una novela en estos días. Empezó interesándome, pero ahora, en la página cincuenta casi que voy ya, ha dejado de llamarme la atención. No por el tema, que prometía ser gozoso, ni por la prosa, correcta y eficaz; sino por el autor. El autor, que no se quita de en medio, chico.
Hay escritores más interesados en que los conozcamos a ellos, no a sus obras.
Hay autores que, como algunos futbolistas mediáticos, hacen virguerías en los anuncios de refrescos y de carros, y -quizá- en el centro del campo, pero nunca meten un gol.
Hay autores que deberían estar en Gran Hermano: allí los verían más.
Pero, por favor, que no estorben cuando uno lee un libro suyo.

Estoy leyendo, también, a otro autor: este, quizá por su carácter, se aparta de inmediato y nos deja pasar a su imaginación. Y deja que nos instalemos, como Alicia, entre sus personajes, en su espacio y en su prosa; qué delicia, aunque no te sientas cerca de la novela, aunque la novela no sea del todo buena, cuando la novela te abre sus puertas y te deja entrar. Cuando el anfitrión tiene la suficiente delicadeza como para no echársenos encima y dejar que seamos nosotros los que elijamos los trozos más apetitosos.

Y leo el prólogo de Miguel Salabert a La educación sentimental: cuando los traductores sabían tanto que eran capaces de escribir un prólogo a sus traducciones, que eran ensayos tan sabrosos como el texto que nos facilitaban. Y, de paso, habla de eso que hace que una novela sea una joya, que lo mediocre no sea el texto sino el universo del que habla; sin embargo, algunos de sus contemporáneos no lo creyeron así, cosa que sorprende al traductor:
La obra era forzosamente mediocre, puesto que sus personajes lo eran. Negaban, al hablar así, la posibilidad de escribir una novela genial con personajes mediocres, que era precisamente lo que tenían en sus manos.
Y eso que todavía Joyce no había "inventado" la novela del antihéroe.

Joyce y Flaubert: dos que se apartaban para que el lector hurgara a gusto en sus universos complejos y fractales.

Eso es todo lo que un lector pide. Espacio.
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27.1.21

Libros en depósito

Reviso un antiguo cuaderno que se vino conmigo de Venezuela. Me gusta de vez en cuando volver a los cuadernos que siempre compro pero que casi nunca lleno; los dejo con páginas en blanco, porque me aburro o porque no me gusta escribir a mano, o porque hace muchos años ya que escribo con computadora, y no me gusta transcribir. Pero los guardo; los conservo porque siempre hay algo allí anotado que me podrá interesar dentro de varios años.

Me encuentro en este cuaderno en particular, comprado en Caracas en 1997 y cuya portada es un toro alado, con una lista de libros en depósito que hicimos mi amigo querido Diego Casasnovas y yo, seguramente mientras recogía mis cosas del apartamento donde vivía, en la esquina de Colimodio, antes de viajar a España. Ya que no me los iba a poder llevar, alguien debía disfrutarlos, y cuidarlos. Diego hizo una selección de quince títulos y yo anoté, con la seguridad de que nos veríamos siempre, a lo largo de nuestras vidas. Nos volvimos a ver, cómo no, cuando cuatro años después regresé a Caracas, y cuando volví un par de veces más, y creo que nunca hablamos de los libros que me guardaba en depósito, pues había tantas cosas que contarnos que eso podía esperar. En todo caso, ya habría tiempo, cuando regresara definitivamente a Caracas, para recuperarlos.

Ninguna de las dos cosas ocurrió. Ni yo he vuelto a Caracas -¿viviré de nuevo allí, otra vez, algún día?-, y los libros estarán, ahora para siempre, en depósito. Diego se fue hace casi dieciocho años, y seguro que me estará esperando allí donde estaremos definitivamente con los quince libros que se llevó prestados; Cioran, Forster, Murphy, Sófocles, Kerouac, Plath, Epicuro... autores que dan ganas de leer de inmediato. Mi tranquilidad es que Diego los cuida, los lee, los subraya para comentar esos pasajes conmigo, cuando volvamos a vernos, para reírnos de tantas tonterías. Es bueno hacer listas de libros. Son como la fotografía de nuestros pensamientos, de los pensamientos de una época en particular que también se define por la manera como mirábamos el mundo.

Que solo puede verse, como todo el mundo sabe, a través de las palabras.
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